AL-ANDALUS
II:
LA
CONQUISTA MUSULMANA Y LA PROVINCIA DEL CALIFATO DE DAMASCO
La
conquista de España fue para los musulmanes una etapa más en su
expansión; en menos de cien años aumentaron su imperio por todo el
Mediterráneo. Para comprender como fue posible la expansión hay que
remontarse a los tiempos de Mahoma, por un lado, y a la debilidad de
la España visigoda, por otro.
Mahoma,
líder político y religioso, defendía la unidad árabe, pueblo
nómada e idólatra, y posteriormente, la unidad musulmana, mediante
el concepto de yihad o guerra santa y basándose en el funcionamiento
tribal.
Por
otro lado, los visigodos no poseían un poder homogéneo en la
Península, lo que promovió los conflictos internos, y con ellos la
debilidad que permitió un rápido y fácil avance de los musulmanes
por toda la Península hasta la capital visigoda,Toledo. El rey no
tenía poder, existían fuertes conflictos entre la clase elevada y
no se daba importancia del comercio.
Finalmente
la conquista llegó de la mano de Tarif y Tariq, encabezados por Musa
Ibn Musayr, gobernador del norte de África. La conquista fue rápida
y sin encontrar apenas resistencia. Tariq y Musa fueron llamados por
el califa de Damasco y el hijo de este último, Abd al-Aziz, fue quién
tomó el poder de Al-andalus ampliando su territorio excepto por el
norte de la Península. La muerte de Abd al-Aziz puso fin a la fase
de conquista y ocupación en la Península, con el establecimiento de
una red administrativa apoyado por el poder militar y ejerciendo un
gran control sobre el territorio que permitió crear un estado
unificado.
El
nuevo territorio recibió el nombre de al-Andalus y se convirtió en
una provincia más del inmenso Imperio Musulmán que se extendía
desde la Península Ibérica hasta el Punjab en la India. (Imagen)
El
sistema de gobierno se basaba en la organización tribal, origen de
la tradición musulmana, aunque era un sistema bastante débil, con
graves problemas en cuanto a la sucesión que conducía a numerosos
conflictos sociales. El jefe supremo, poder político y religioso,
era el califa, aunque normalmente éste solía relegar ciertos
poderes, como el militar o el administrativo. El cargo más
importante era el de general del ejército, pues luego solía
desembocar en gobernador y administrador de las tierras
conquistadas.
Por lo
general, los musulmanes respetaban a los miembros de otros grupos
religiosos, a los que se denominaban dimmíes
(“gentes del libro” o “personas protegidas”). El interés de
que estos grupos mantuvieran su religión era exclusivamente
económico, puesto que debían pagar un impuesto al Imperio. A pesar
de esta “tolerancia” a otros grupos religiosos, dentro de los
musulmanes existían ciertas divergencias: los musulmanes se
consideraban superiores a los musulmanes no árabes, esto eran en su
mayoría bereberes, que habían entrado en la Península junto a los
árabes.
Estas
desigualdades dieron lugar al descontento social por parte de los
musulmanes no árabes, considerado uno de los principales factores de
la caída del Imperio. A este hecho hay que sumarle la distancia con
la capital Damasco, lo que concedió al territorio de al-Andalus
mucha independencia, que, unida a las batallas con los franceses en
el norte de la Península, entre las que tuvo gran relevancia la
Batalla de Tours, provocaron una fuerte inestabilidad en el
territorio andalusí.
De esta manera,
Abderramán I, superviviente de la dinastía omeya, que había sido
asesinada por los abasíes que ahora gobernaban, aprovechando la
situación, envío un emisario a al-Andalus y se proclamó emir,
fundando el emirato omeya con capital en Córdoba en el año 756.
Estatua de Abderramán I en Almuñécar.
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